Después de más
un mes de haber culminado las protestas de calle, creo que es tiempo de
realizar alguna evaluación de esta política impulsada desde algunos sectores de
la unidad, y comienzo por decir, para aclarar y no dejar dudas de mis puntos de
vista, que lo más grave que nos ha podido suceder es querer convertir a la Mesa
de la Unidad en algo así como una religión, algo sagrado, que no puede ni debe
ser cuestionado, que de lo que de allí emane es palabra cierta, lo que lleva en
consecuencia para los que osamos realizar alguna crítica hacia la política que
de ella emana, se convierta en una herejía, siendo echados a la hoguera de los
impuros, de los traidores y al final al ostracismo. Religión, que como debe
ser, cuenta con algunos sacerdotes que se creen infalibles y tocados por la
providencia, teniendo ellos solos la verdad, por lo que les es imposible
equivocarse y mucho menos rectificar.
La política
y más aún la acción política implican responsabilidad, la que se refleja en el
asumir, tanto los triunfos como los fracasos. Pero pareciera que aquí los
fracasos no tienen dueños, pero si dolientes. Uno ve en los países hermanos, y
un poco más allá, en Europa, como los líderes y jefes de partidos que son
derrotados en campañas electorales, o consultas refrendarías, en pocos minutos aparecen
frente los medios de comunicación para asumir su derrota y dimiten ante su
militancia y el país, pidiendo excusas por no haber logrado los objetivos políticos
que fueron planteados, como era lograr ganar una contienda electoral, y eso no
trae ningún desbarrancamiento de sus organizaciones políticas, muy por el
contrario se renuevan y fortalecen, ya que asumen con seriedad frente a sus
seguidores, tanto sus aciertos como sus errores, algo que es normal en política, pero en nuestro país es cosa impensable.
Siempre
recuerdo el libro que se convirtió en un best
seller en nuestro país, “La culpa es de la vaca”, esto gracias en parte a
nuestra idiosincrasia, y a ese geniecillo que nos dice al oído que no somos
culpables de nuestras desgracias, los culpables son otros, así las provoquemos
nosotros mismos. Me parece escuchar hacia sus adentros a los sacerdotes de la
política de la MUD repitiéndose esa frase, “la culpa es de la vaca”, les es
imposible solo pensar en que han sido ellos los culpables del fracaso o de la
derrota, que son los otros que se equivocan, que ellos lo dieron todo y no fueron entendidos,
que como es posible que sean unos incomprendidos, todo un drama debe recorrer en sus cabezas.
Como ejemplo
de ello tenemos la última cruzada conque algunos de los sacerdotes de la MUD
llevó a la población opositora a movilizarse, generando toda una política de
calle con la intención de frenar la elección de la asamblea constituyente
convocada por el gobierno, llamando de forma desaforada a la población a salir
a la calle, diciéndonos a diario que esta elección sería el fin, el acabose, la
batalla final, se llenaron la boca convocando horas cero y huelgas generales,
entre otros dislates, ya que la elección
de esa asamblea nos llevaría a la destrucción total, y luego de un montón de
marchas sin destino y de enfrentamientos sin sentido, el 04 de agosto se
instaló la ilegal e inconstitucional asamblea constituyente, y hasta los
momentos no he visto a ninguno de los sacerdotes de la MUD que impulsaron la
política de calle (marchas, trancas, autosecuestro, y todo aquello que a la gente se le
ocurriera), decir qué pasó con el ofrecimiento de que esta sería la forma de
detener la elección de la asamblea. No decir
absolutamente nada es más que irresponsable, por lo menos decirnos si hubo
equivocación o no, ¿tendrán o habrá algo que decir?
Pero para
aquellos que planteamos la negociación como recurso democrático para lograr
detener esta elección sin violencia, fuimos echados a la hoguera en donde son
incendiados todos los que osan ir en contra de los designios de los oráculos
del twitter, que apoyan a los sacerdotes de la MUD en cualquier acción
irracional, mientras esta sea lo más espectacular posible, como si estuviésemos
en un reality show. Y entonces ¿qué
pasó?, cómo es eso de que tenemos asamblea constituyente y el mundo sigue
girando como si nada, muchos pregonaron que faltaba poco para el fin de la
dictadura, el acabose del gobierno, que ahora sí caía el régimen, que faltaba
poco, que había que mantenerse en la calle hasta el final, y ¿entonces?, los
convocantes ¿no tienen nada que decir?
Si no es una
derrota más de 100 días de protesta insurreccional, que lo único que nos dejó fueron más de 130 muertes de inocentes, un país en mayor ruina, urbanizaciones que se autosecuetraron, que los abastos no tuviesen mercancía por no poder recibir
los despachos, que los escombros y la basura que los mismos vecinos se echaron
encima siguen allí, la destrucción de urbanizaciones enteras en manos de las
fuerzas represivas del estado, negocios saqueados y cerrados contribuyendo a la
pérdida de empleo de los más pobres, perdida de algunas de las alcaldías más
importantes del país, con alcaldes exiliados y huyendo, que por cierto hay que
reconocer que de estos alcaldes el único que actuó gallardamente se encuentra
en un calabozo del SEBIM, Alfredo Ramos, que se enfrentó a sus secuestradores;
y la guinda que nos faltaba, la de Donald Trump colaborando con el régimen haciéndonos
más pobres, y todo eso diciéndole a la gente que había que mantenerse en la
calle para que la constituyente no se instalara; y ahora veo en la TV a Delsy
Rodríguez en cadena nacional asumiendo la presidencia de la misma, me pregunto ¿valió la
pena?
¿Qué alguien
me diga dónde están los éxitos de esta política del enfrentamiento irracional? ¿Es
que no hay nadie de los convocantes que salga a decir en qué se equivocaron? Que
por cierto ahora algunos de ellos y ellas salen con el cuento de la no
participación electoral, siendo lo electoral el único terreno donde se ha derrotado al régimen
sin dejar muertos ni heridos, la lucha electoral es y será la única ruta para
desalojar del poder a quienes hoy circunstancialmente lo detentan. O será que estos
oráculos y sacerdotes de la “verdad”, nos quieren conducir a más derrotas, para
luego lavarse las manos y echarle la culpa, nuevamente, a la “vaca”.