¡Nada en el horizonte!, grita el vigía del barco al ser
interpelado por el capitán de la nave, respuesta que no sería grave o
preocupante si supiésemos a dónde nos dirigimos, pero nos encontramos con un
barco sin rumbo en alta mar, y peor aún, sin capitán. La incertidumbre agobia,
las marineros no encuentran qué hacer, no hay quién oriente, el desespero y la
angustia es lo que reina, algunos toman los remos para tratar de avanzar, pero
cada quien rema con diferente destino, por si esto fuese poco, se le suma que
las provisiones escasean, y quienes las distribuyen no lo hacen de la mejor
manera, se sigue despilfarrando lo poco que hay, todo parece conspirar para que
el barco no llegue a su destino. Al desorden imperante se le suman calamidades de
tipo naturales, ya ni el viento sopla para que las velas impulsen la nave, el
agua se agota, pero ni siquiera cae una lluvia para medio llenar las vasijas que
contienen el vital líquido. Pareciera
que el universo conspira para que no encontremos el rumbo para poder llevar la
nave a puerto seguro.
Si tuviésemos en los años de mil quinientos, en un galeón español
o portugués, este podría ser un escenario normal, pero en el siglo veintiuno,
con todos los avances tecnológicos, perder el rumbo al navegar es cosa del
pasado, o de alguna situación más que extraordinaria.
Preocupante y angustiante es ver a una nación perder el
rumbo, un país que a lo largo de su historia repite sus mismos errores, basta
con escuchar entrevistas realizadas hace treinta años o más a personalidades
venezolanas, las que advertían de la necesidad de cambiar el modelo político rentista
en que el país estaba inmerso, advertencias que no fueron suficientes para
darse cuenta de que se estaba creando un modelo que nos ha llevado a una
cultura que nos aleja del trabajo productivo, e impide que una gran mayoría de
venezolanos asuman responsabilidades y acaten las normas.
Aquellos que nos vendieron de que Venezuela es un país rico,
fueron los primeros irresponsables, lo que terminó generando la idea de que no
había mucho que hacer, más que esperar que el papá estado repartiera las
ganancias, tamaña irresponsabilidad de aquellos que nos llevaron a esto, pero
peor aún, los que han profundizado en estos últimos años la cultura rentista del
facilismo y la irresponsabilidad. Un país que regala los servicios públicos,
que no cobra el combustible, lo que ha logrado es construir toda una cultura
del derroche, ¿para qué ahorrar agua o electricidad?, si no se paga por el
servicio, o lo que cancelo por su disfrute es algo insignificante. ¿Para qué
trabajar por un salario mínimo?, si con pararme a pedir en una esquina es
suficiente, o tal vez obtenga algo más que ese salario.
La historia es testigo de gobiernos que abandonaron sus
responsabilidades en temas de tan gran importancia como la salud, la educación,
la vivienda, seguridad ciudadana, en la construcción de un sistema judicial que
nos diera verdadera justicia, para que no reinase la impunidad, dando como
resultado la generación de crisis en todos los ámbitos.
A estos males se les sumó otro de mayor gravedad, gestado
por seudo líderes que promovieron el
comportamiento inadecuado de muchos, esto al invocar una frase que terminó
siendo lapidaria: “yo no pido que me den, póngame donde haiga”, o aquella que
también marcó a una generación, “con Ad se vive mejor, ya que los adecos roban
pero dejan robar”. Lo que generó y justificó
todas las formas habidas y por haber de corrupción y complicidad, desde el que se salta la fila, hasta los que
se han llevado inmensas cantidades de dinero a lo largo de los años, sin el
menor esfuerzo.
Se escuchan un sinfín de voces, cada quién con propuestas
diferentes en materia política y económica; hay unos que gritan con mayor
fuerza, pero esto tal vez no sea suficiente para tener la razón, otros que se
niegan a cambiar el rumbo de forma obcecada, son a los que les tocó conducir éstos
últimos años el barco, con un rumbo no compartido por todos, o con un rumbo no
definido, “el cómo vaya viniendo vamos viendo”, otra de nuestras frases
célebres.
Una gran mayoría de venezolanos exigen y reclama, que llegó
la hora de remar todos hacia los mismos
objetivos, fijar el rumbo, que no es más que bienestar, paz y certidumbre del
destino que nos espera, no sea que se
cumpla lo que premonizó hace algún tiempo, Arturo Uslar, “… si por
desafortunado azar del destino los precios del petróleo bajaran, Venezuela
sería un caso para la Cruz Roja
Internacional, aquí vendrían a repartir sopas en las esquinas…”.