Describir la grave crisis que atraviesa nuestro
país, pareciera un ejercicio innecesario, pero no lo es, lo complejo de la
crisis debe ser debatido y comprendido por todos. El devenir de nuestra historia
nos muestra que nuestros males no son de estos tiempos, muy por el contrario
son de muy vieja data. Vencer una cultura política clientelar que se ha
instalado en la psiquis de la mayoría de los venezolanos, no es nada sencillo.
Una crisis estructural que atraviesa transversalmente a toda nuestra sociedad,
destruyendo la institucionalización, ha generado males sociales de carácter
socio-político, como la violencia generalizada, la corrupción a todo nivel, una
pobreza estructural, lo que ha originado que varias generaciones de venezolanos
fuesen sumidos en la pobreza, impidiendo el desarrollo de más de un tercio de
la población, que han sido condenados a vivir en la pobreza.
Frente a esta realidad los partidos siguen siendo
las organizaciones político-sociales que corresponden a la mejor forma de
integración y representación de la voluntad del electorado en las democracias
modernas, pese a todas las críticas y visibles fracasos. Partidos y organizaciones
políticas son un imperativo para las democracias. Las democracias necesitan de
partidos políticos fuertes, sólidos y programáticos; a partidos fuertes
democracias fuertes, a partidos débiles democracias débiles, por lo que no es
de extrañarnos la baja calidad de nuestra democracia. Y si, a esta debilidad de
los partidos le sumamos la precariedad institucional, la atomización del
movimiento sindical, la casi desaparición de los diferentes gremios, y la no
aparición de movimientos sociales fuertes, podríamos afirmar que nuestra
democracia está en estado crítico, y con muy pocas posibilidades de
recuperación, en un corto plazo.
Los
partidos deben cumplir el rol de intermediarios entre la sociedad civil y el
Estado, deben estar arraigados en la sociedad, representando los intereses más
variados y complejos de sus respectivas sociedades. Procesos y movimientos
políticos alternativos a los partidos pueden ser necesarios en ciertos momentos
históricos pero, a largo plazo, debilitan los elementos constitutivos de
funcionamiento de las democracias modernas. Hemos sido testigos de cómo en
Venezuela se ha tratado, por más de veinte años, de sustituir a los partidos
políticos por organizaciones que han pretendido suplantar el rol de los
partidos políticos, logrando con ello debilitarlos aún más, lo que ha sido
contraproducente al esfuerzo de algunos partidos en superar sus debilidades y falencias.
Un
análisis descarnado sobre el actual estado de los partidos políticos plantea
complejos interrogantes: ¿qué clase de partidos u organizaciones políticas se
necesitan?, ¿cómo establecer niveles de democracia interna y externa desde
donde se puedan evaluar a estos referentes políticos?, ¿cómo son vistas estas
organizaciones políticas por la sociedad del siglo XXI?, ¿cómo se renuevan los
cuadros políticos y las ofertas programáticas que vayan más allá de los hechos
de la coyuntura política y electoral?
En
Venezuela, al igual que en otros países
de América Latina, los partidos políticos casi han desaparecido. En ciertos
países, se encuentran en un letargo permanente, o se debaten en un mar de
corrupción, lo que he dado por llamar la indigencia político-partidista, con
una dirigencia política que no ha logrado superar la dependencia del Estado, lo
que los ha llevado a ser suplantados por liderazgos personalistas fuertes o
caudillismos mesiánicos, lo que para los venezolanos ha sido un continuo en la política,
siempre en la búsqueda de un mesías que nos libere de todos nuestros males.
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