EL UNIVERSAL miércoles 31 de agosto de 2011
Suena odioso el citarse uno mismo, pero no me queda otra. En una entrevista que se me realizó en el periódico El Universal en el 2011, advierto que es imposible lograr la tan anhelada paz social si no vencemos el cumulo de desigualdades sociales que por más de un siglo hemos cultivado. Debemos tener claro que la democracia es inversamente proporcional a la pobreza, a mayor pobreza menor democracia. Es por ello que no podemos exigir a los ciudadanos que sufren una cantidad de necesidades y carencias que piensen en defender la democracia como ideal. Es más útil amoldarse a un sistema autoritario que les brinda las oportunidades para paliar sus necesidades básicas.
Esto no debe ser criticado, como algunos pretenden, descalificando a todo aquel que recibe una ayuda del estado, que por cierto es obligación del estado generar políticas asistencialistas que permitan a sus ciudadanos superar y atender sus necesidades primarias o básicas.
La inestabilidad política
a la que hemos sido sometidos a lo largo de estos últimos más de 30 años, ha traído
graves consecuencias en lo económico, reflejándose seriamente en lo social. La distribución
de la renta petrolera, única forma de paliar la pobreza, está dando síntomas de
no ser suficiente para mantener a una población que cada vez se encuentra más
empobrecida y entrampada en una realidad que no les permite la movilidad
social, pareciera que han sido condenados a nacer pobres y morir pobres. El
estado ha sido incapaz de romper lo que se ha dado por llamar el círculo de la
pobreza, un círculo perverso que impide el bienestar de las grandes mayorías, y
no solo en nuestro país, sino en todo el continente. Nuestros gobiernos se han
preocupado más por los índices macroeconómicos que por las verdaderas
necesidades de su población. Pareciera que se le da mayor importancia el
aumentar el PIB, que atender la pobreza extrema, son contradicciones que han
sido aprovechadas muy bien por algunos que se hacen llamar los salvadores de la
patria.
Jugar con las
necesidades y las miserias de las grandes mayorías, tal vez sea útil para ganar
elecciones, el problema viene cuando la incapacidad es la que dirige al estado
encarnado en sus gobernantes, que no son capaces de cumplir las promesas
hechas a estos sectores sociales, los que aún esperan por aquel que logre librarlos
de sus calamidades.
Pueblos nobles que soportan
estoicamente las mayores carencias con una paciencia asombrosa. Pero no
juguemos con ello, no sea que esa nobleza que nos caracteriza se convierta en
un torrente de violencia hacia aquellos que son vistos como los culpables de
todas sus desgracias. No es hora de jugar al tremendismo político, es hora de
hablarle con claridad al país, hacer entender a la población que la crisis es
estructural y no es sencillo resolver los grandes males que nos aquejan, es
tarea de parte de aquellos que quieran asumir un liderazgo serio y responsable, sin poses
hacia las cámaras de televisión, no es la hora de los gallitos de pelea, de
aquellos que pretenden demostrar con bravuconadas un supuesto liderazgo que no
pasa de las redes sociales, es hora de los que ciertamente creen en la
democracia como única herramienta para superar nuestras diferencias y con ellas
vencer a nuestro mayor enemigo, la pobreza.
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