En estos
días discutía con un amigo sobre la situación que en la actualidad atraviesa
nuestro país, y todo lo que nos ha traído como consecuencia estos últimos 15
años de confrontación y exacerbación del resentimiento social. En esa conversación,
luego de un largo rato debatiendo sobre varios puntos, surge uno que es el que nos
enfrenta y el cual considero de mayor relevancia, como es el uso de la
violencia como método de lucha, el cual rechazo y le esgrimo un buen número de
argumentos, luego de un buen rato y sintiendo del amigo que no hay acuerdo
posible sobre el tema en discusión, este me increpa, y no de muy buena manera, con una
frase que he escuchado ya varias veces: “y entonces, qué hacemos, ¿nos calamos
a Maduro?”. Esta interrogante, sin temor a equivocarme, es la que se hacen
miles de venezolanos que se sienten atropellados, vejados, acorralados, que son
insultados a diario por la acción de un gobierno muy poco o nada civilizado,
que ha optado por la confrontación política con el único objetivo de reducir al
adversario, al que ve como enemigo, a su mínima expresión. Este gobierno pareciera
que se considera una clase política iluminada por el espíritu divino de la
verdad, y esta llamada, como en las cruzadas, por medio de la espada y la
fuerza a someter a aquellos que son considerados impuros por no compartir su
proyecto político, a pesar de que se ha demostrado una y otra vez su inviabilidad.
Ahora, para
los sectores democráticos, el problema es el cómo respondemos a la pregunta,
¿nos calamos a Maduro? Respuesta que no puede ser construida en los mismos
términos que nos plantean los que nos desgobiernan, entonces ¿nos matamos?,
¿somos capaces de enfrentarnos en una guerra fratricida?, soy de los que piensa
que no, tal vez algunos anden en ese juego macabro, pero nuestro noble pueblo
ha demostrado una y otra vez que no está casado con esta salida, y miren que ha
habido momentos y razones en donde el conflicto social ha escalado a tal
magnitud que era de esperarse lo peor.
El problema no lo podemos llevar a una
reducción gramatical tan simple, va más allá de la pregunta en cuestión, el
problema es mucho más complejo y no se puede circunscribir a un hombre, es un
modelo de país que ha fracasado, y a este modelo es al que debemos cambiar, el
cómo, es y será construyendo una alternativa real de poder, que logre construir
un discurso que compita en lo ideológico con el discurso que nos han vendido
estos últimos años.
La política
es la batalla de las ideas, debemos posicionar una idea en las grandes mayorías
que los convenza de que si es posible construir un mejor país, con inclusión
verdadera, con bienestar, que sea capaz de vencer las desigualdades sociales
con equidad, que plantee un plan creíble y concreto de desarrollo con contenido
social, que sea capaz de sacar de la pobreza a los más de siete millones de
venezolanos que siguen soportando todo tipo de penurias, es crear un discurso
lleno de contenido que sea compartido y comprendido por éstas mayorías, que
logre generar confianza y emocione a la vez, sí que emocione a los que fueron
embaucados por el discurso de redención que muy bien supo posicionar el último
presidente del siglo XX, del cual aún quedan sus resabios.
Que esto
representa una tarea titánica y de largo aliento, así es, pero no hay salida
inmediatista que nos asegure que sustituyendo a los que ahora se encuentran en
el poder por “otra vía”, salgamos de la crisis que nos agobia, y muy por el
contrario se agravarían todos los problemas sociales, la violencia seguiría
siendo nuestro pan de cada día, y es debido a esto que debemos construir una
mayoría sólida que garantice estabilidad y la gobernabilidad necesaria para
poder avanzar en la reconstrucción del país, de un país que nos necesita a
todos. Es imposible que haya gobernanza si excluimos a los más de siete
millones de hermanos que aún respaldan una idea que fue muy bien posicionada
por el jinete de sabaneta; construyamos una nueva idea que dé el empuje
necesario para convencerlos y sumarlos a la reconstrucción del país, de lo
contrario estamos condenados a seguir soportando a algunos que se creen dueños
de la verdad, de lado y lado.