Veo con asombro como somos capaces de cometer el
mismo error político que se cometió en el 2014, retomar la vía violenta y de
confrontación infecunda para desalojar del poder a quienes lo sustentan. Con
todas las críticas que tengamos hacia la casta que se aferra al poder, y reconociendo
todo el mal que se les pueda endosar en la destrucción del entramado social,
sumando el empobrecimiento de nuestra población, ello no puede ser lo que
justifique acompañar a quienes, como en el 2014, creen que por la vía violenta
lograrán hacer ceder a quienes dirigen los destinos del país de forma
circunstancial, a entregar el poder, y mucho menos rendirse en sus convicciones. Más de dieciocho años deberían bastarnos para comprender su proceder, pero
razón tiene el proverbio que nos dice “que el hombre es el único animal que
tropieza dos veces con la misma piedra”, pero la realidad nos dice que pueden
ser más.
Esta estrategia que pretende mantener a la
población venezolana encrespada y en un estado de angustia que los haga caer en
la desesperación, va acompañada de todo un accionar que impide que el país se
normalice en lo económico y en lo social, con el argumento de que no hay que
dejar gobernar a la “dictadura”.
Cuántos venezolanos más deben caer asesinados
para entender, que al igual que el 2014, estas acciones políticamente
irracionales, y alejadas de toda lucha democrática no nos conducen a la
solución de los problemas políticos, y mucho menos a los de carácter social.


Estrategia que viene generando nuevamente, un
descontento y animadversión en ciertos sectores
sociales que debemos proteger si queremos construir una nueva mayoría, los
cuales son afectados directamente al no poder desplazarse a sus trabajos, a sus
colegios, al desempeño normal de sus actividades diarias que buscan palear la
grave crisis que los agobia, pero a ello se contrapone la visión irracional y
excluyente de estos sectores violentos que desatienden a las clases populares,
y las hacen culpables de sus propias desgracias.
