Este gobierno no pierde la maña, a todo
triunfo de los sectores democráticos le aplica las consejas de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del gobierno de Adolf
Hitler, que entre unas de ellas estaba la de lograr por todos los
medios posibles, legales o no, destruir y hacer sentir al adversario que
cualquier avance en sus políticas para enfrentar al régimen no tienen ningún
valor o son insignificantes frente al todo poderoso que gobierna, para con ello
lograr la sumisión y resignación de aquellos que intentan enfrentarlo. La descalificación y el insulto, son las armas
más blandidas por el comandante presidente frente a todo aquello que sienta que
pueda socavar sus bases, y más si estas son las bases populares, de donde se ha
nutrido para ganar los procesos electorales en los que se ha contado. Vemos que
luego del 12F el gobierno nuevamente aplicó el guión que ya todos conocemos, la
descalificación y la política del terror afloraron al día siguiente de unos de
los mayores actos de democracia participativa que ha ocurrido en nuestro país
en toda su historia. Lo del Tribunal Supremo de “Justicia”, al ordenar la
confiscación de los cuadernos de votación, tenía un único objetivo, el de crear
terror a todos aquellos que votaron, y esto con solo la posibilidad de la creación
de una nueva lista de la infamia. A esta acción se le suma una más infame, las
acciones contra la excelente venezolana, Teresa Albanes.
Un gobierno represor
que pretende aterrorizar a todos aquellos que exigen un cambio en la forma y el
modo en que se ha venido conduciendo el estado por más de trece años. Para estos gobiernos autoritarios y militaristas, son inaceptable las manifestaciones democráticas que procuran un cambio.
La política acertada de la mesa de la unidad,
que logró conducir a feliz término las elecciones primarias, donde se
desarrollaron unas elecciones llenas de alegría y de propuestas en positivo,
que culminaron con una demostración de unidad por muchos no esperada, al ver a
todos los que compitieron por la candidatura unitaria a la presidencia
agarrados de las manos y felicitándose unos a otros, todos ganaron. Este
momento de euforia y signos de unidad verdadera no es cualquier cosa y el
gobierno lo sabe. Estos momentos en la política cotidiana, que generan
rompimientos en el continuo de la acción política, por su importancia e
impacto, casi siempre desarrollan una ola de cambio que va creciendo y puede
convertirse en un tsunami que desaloje del poder a los que en la actualidad
disfrutan de sus mieles.
Es por ello las reacciones del régimen en
boca de su propio presidente, insultos y descalificaciones son las armas a
utilizar para pretender con ello disminuir el impacto que este triunfo
opositor significa. El gobierno se siente disminuido frente a una
política acertada, y sumado a esto el régimen se encuentra atravesando una
situación sui géneris, la enfermedad de presidente, que es un hecho real y crea
gran incertidumbre entre sus seguidores y desconcierto entre su dirigencia más
connotada, que espera el momento preciso para dar la lucha por el control del aparato
del estado. En las leyes de la naturaleza nos encontramos con una verdad infalible, la que
nos dice que cuando falta el líder de la manada o este se encuentra herido,
comienza de inmediato la lucha por el control y el nuevo liderazgo. La falta de
líderes reconocidos desde chavismo, gracias a la acción del propio presidente,
que se dio a la tarea de disminuir a todo aquel que lograba despuntar con pie
propio, debemos sumar que ninguno de los posibles sucesores cuenta con el liderazgo carismático
del presidente, complicándose aún más la sucesión, situación esta que
podría dar el triunfo a los sectores democráticos agrupados con mayor fuerza y
entusiasmo alrededor de un excelente candidato, Enrique Capriles, allí la causa
de sus miedos y desespero de aquellos que aún apoyan al régimen.