Pensé en un momento no escribir sobre las elecciones
últimas, pero es imposible guardar silencio ante el escenario que se ha
planteado. Ahora resulta que los culpables de las derrotas obtenidas el 8D son
los ciudadanos comunes (entiéndase aquellos que no participan activamente en
política). Se leen y escuchan argumentaciones que dejan mucho que desear de
algunos sesudos analistas, y de los que se asumen como conductores de
la política de la unidad electoral.
La descalificación hacia aquellos que
decidieron no ejercer su derecho al voto raya lo ridículo; vendidos,
bozaleados, indolentes, flojos, entre otros epítetos que se leen en los diferentes
medios de comunicación. Algunos han llegado a decir que aquellos que no votaron
se dejaron comprar por los electrodomésticos que fueron regulados por la acción
gubernamental, que es a mi parecer, una acción frente a la
especulación galopante, en donde no se halló otra forma de detener a los bandidos que
con los dólares de los venezolanos se enriquecen, contrarios a un pueblo que con legítimo
derecho obtuvieron la posibilidad de adquirir un bien. Llegándose al caso de algunos que celebran un
supuesto triunfo argumentando que la oposición gana en los sectores “esclarecidos”
de la sociedad, o en los sectores “ilustrados”, frases bastardas para decir lo
menos, pareciera que ven en los sectores
populares a los enemigos.
Resulta ahora que la unidad parece haberse convertido en una religión monoteísta que no acepta críticas de su existencia, omnipresente y de omnisapiente proceder.
Resulta ahora que la unidad parece haberse convertido en una religión monoteísta que no acepta críticas de su existencia, omnipresente y de omnisapiente proceder.
Como si debiéramos aceptar ser
súbditos y creyentes de sus directrices y mandatos sin derecho a disentir, como
un acto de fe. A nadie se le ha ocurrido que muchos se abstuvieron por no
sentirse representados por algunos candidatos a alcaldes que no tenían nada que
ofrecer, y muy por el contrario practicaban el ejercicio de espantar al
elector, ni de hablar de los candidatos a concejales, que ni conocidos eran, un
reparto de cuotas partidistas a la vieja usanza. La obligación exigida por
algunos era votar a ciegas, o con fe ciega por aquellos que utilizando la
tarjeta de la unidad escondieron años de fracasos y su desconexión de las bases
sociales. Fue una exigencia como si los venezolanos que nos oponemos al régimen
fuésemos eunucos políticos, que no tenemos derecho a elegir, y entre esa
elección también vale la de abstenerse, y que quede claro que voté, pero
defiendo el derecho de quienes no lo hacen. Seguimos buscando la culpa en el
otro. Capriles también ha recibido lo suyo, no se escapó del pase de factura,
ahora resulta para muchos que el gobernador debe asumir la derrota de las más
de 270 alcaldías que se perdieron a lo
largo y ancho del país. Y aquellas que estando en manos de la oposición se
perdieron, ¿qué pasó?, ¿no sería por una mala
gestión? O también es culpa de Capriles. No queremos aceptar que por más de 14
años lo único que hemos puesto sobre la mesa para movilizar a los sectores
opositores es la propia negación del otro, es votar para salir de Chávez en su
momento, ahora es el salir de Maduro, sin poner frente al país un proyecto que le hable a las grandes mayorías, que acabe con el oposicionismo
ramplón y la falsa polarización, y se comience a exponer proyectos viables de
desarrollo que nos incluya a todos.
El cómo vencer la pobreza, y las grandes
desigualdades sociales que se gestaron por más de cincuenta años, cómo reparar el
daño en todo el tejido social que ya es estructural. Un país donde cada quién
se exprese sin temor al ostracismo político, palabras que comparto en su
totalidad con el profesor Claudio Fermín, al que enfrenté políticamente en los
tiempos en que fue alcalde de Caracas, pero eso no evita que lo reconozca, en declaraciones
dadas en una entrevista que tuvo con el excelente periodista Vladimir Villegas,
otro que por cierto ha sido defenestrado por un sector de la oposición que no
entiende ni cree en la pluralidad política, que lo único que esperan de los
profesionales de la comunicación es que se coloquen al lado de uno de los bandos,
criticando a Venezolana de Televisión por su parcialidad hacia el gobierno,
pero exigen de los medios privados parcialidad hacia los sectores opositores. ¿Esta es la Venezuela que queremos? Para mí no es la que aspiro, ya que aspiro a
una Venezuela con mayor igualdad social, sin que se violenten las libertades
per sonales, donde el futuro sea un futuro promisorio, con paz y sosiego, en
donde la mayoría de los que habitamos esta tierra en realidad seamos felices
sin necesidad de la existencia de un ministerio para ello. No sigamos buscando
culpables, asumamos nuestras responsabilidades.